LA ACTUACION DEL ESTADO
Ante esta realidad del aborto, considerado como el mayor holocausto de nuestro siglo, a nuestros gobernantes no se les ocurre otra cosa que decir que respetan la decisión de la madre, que hay situaciones extremas, que despenalizarlo no equivale a ser partidarios, que a ellos tampoco les gusta el aborto, pero que no obligan a nadie a abortar… Es una puerilidad decir todo esto; no es serio.
Si hay un mínimo de lógica, al decir que la última decisión es de la madre y que hay que respetarla porque ella también tiene algo que decir, hemos de convenir en que hay una cuestión previa: ¿tiene la madre el derecho de suprimir la vida del hijo? éste es el problema. Porque si se contesta que hay que respetar la decisión de la madre en el caso de suprimir la vida del hijo, y empezamos a sacar conclusiones, llegaremos a verdaderos absurdos. Entre ellos, y no es el más grave, que también habría que respetar su decisión con respecto a la vida de sus hijos ya nacidos. Es la mismísima razón para un caso y para otro.
Una vez más hay que entrar por el camino de la lógica. Porque si lo que hay en el seno materno es un ser humano, suprimir una vida humana tiene un nombre muy propio: “crimen”.
Ya dijimos que el Concilio Vaticano lo califica, lo mismo que al infanticidio, de crimen abominable; el diccionario de la Real Academia define el crimen como “Acción voluntaria de matar o herir gravemente a alguien”.
Y al criminal, lo define como el que ha cometido o procurado cometer un crimen.
Hay quien cree que, porque se le llame al aborto interrupción del embarazo, no suena tan mal como decir aborto; pero sería lo mismo que si a un asesinato por asfixia calificarlo como interrupción de la respiración. Así suena algo mejor.
Por tanto, lo que hay que ver es si el aborto es, o no, un crimen; y si lo es, de la misma manera que dicen que no obligan a nadie a abortar, podrían aplicarlo a otros crímenes y decir: toleramos el crimen, pero no obligamos a nadie a cometerlo.
Y si seguimos sacando consecuencias y se admite que la “angustia” de la madre es causa para abortar con tal de que un médico certifique el hecho de esa “angustia”, si cualquier médico certifica que alguien siente “angustia” ante la presencia de una persona que no le cae bien, ¿se le podría también autorizar para matarla? Es de risa, pero entra dentro de la más pura lógica de quienes justifican el aborto por la angustia de la madre.
Lo que no sé qué dirían nuestros ministros si a la hora de la declaración de la renta sintiésemos “angustia” y nos negásemos a pagar porque nos parecen tributos exagerados, o porque pensásemos que no se usan debidamente para el bien común o porque se está derrochando el dinero público… También esto sería de risa. Pero si se justifica el aborto por la “angustia” de la madre, ¿por qué no se ha de justificar no pagar los impuestos por “angustia” de los contribuyentes? ¿O es que es peor no pagar los impuestos que destruir una vida humana?
En otras palabras, y a lo que vamos, ¿puede el Estado cruzarse de brazos ante la supresión de vidas humanas inocentes? Es incomprensible, y más desde un punto de vista cristiano, que el Estado opte por cerrar los ojos ante la supresión de una vida humana inocente, cuando uno de sus principales deberes es protegerla. Y más, facilitandolo gratuitamente en los centros de la Seguridad social, convirtiéndose por tanto, en colaborador de miles de asesinatos.
Quien apoya y justifica el aborto, caso de ser católico, habrá de ser consciente de que se sitúa al margen de la Iglesia. El católico no puede dejar de admitir lo que enseña la Iglesia con toda autoridad; no puede optar por aceptar unas enseñanzas y rechazar otras. Rechazar sólo una de esas enseñanzas supone situarse fuera de la Iglesia. Supondría algo por el estilo a rechazar cualquier sacramento aunque admitiese los otros seis, o no creer que Jesucristo está presente realmente en la Eucaristía, o que la confesión no es necesaria.
Una cosa es que uno sea débil y que cometa cualquier pecado por muy grave que sea, y otra, que no acepte la enseñanza de la Iglesia cuando enseña insistentemente alguna verdad; y concretamente, en el caso del aborto, una cosa es que uno sea consciente de su gravedad y que a pesar de todo, lo cometa, y otra, que intente justificarlo o que contribuya con su voto a legalizarlo en el ordenamiento jurídico.
Un mínimo de dignidad cristiana obliga a los legisladores católicos a oponerse con su voto a la ampliación del aborto, sobre todo, cuando en el proyecto de ley haya cláusulas que ofenden gravísimamente a la dignidad de una vida que se está gestando.
José Gea.
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