Permítanseme tres observaciones sobre el carácter secular de los Institutos.
Primera, se da este carácter secular porque viven en el siglo. De ahí el apelativo secular; y viven como vive cualquier otro cristiano; por eso conviene que se adapten «a la vida secular en todo lo que sea lícito y pueda compaginarse con los trabajos y deberes de la perfección» (Primo Feliciter II).
Segunda, porque ejercen su apostolado en el siglo; esto merece destacarse en primer lugar, pues significa que ejercen su apostolado en el mundo, no a través de una asociación o agrupación, sino con responsabilidad propia y personal, no necesariamente en nombre de su Instituto, sin implicarlo en sus actuaciones. Y lo hacen «en lugares tiempos y circunstancias prohibidos o inaccesibles a los sacerdotes y religiosos» (Provida Mater 10).
Y tercera, lo ejercen por medio del siglo, es decir, por medio de las estructuras, profesiones, asociaciones netamente seculares. Como dice Primo Feliciter II, actúan «desde el siglo y, por consiguiente, en las profesiones, formas, actividades, lugares, circunstancias correspondientes a esta condición secular».